jueves, 12 de julio de 2007

Una noche en la ópera

Dark Historian, el J.J. Jameson de este blog, me ha encargado que escriba una crónica de nuestra noche en la ópera. Si esperáis una reseña de crítico musical llena de ácido rencor, en la que se diga que me aburrí como una ostra, que los intérpretes eran malos, y que detesto a Mozart, a La flauta mágica, y, al género humano, no sigáis leyendo. Porque la realidad es que el espectáculo fue deslumbrante; disfruté como un niño con su nueva Playstation; los cantantes me parecieron superlativos; y mi aprecio por el vienés y por su obra salió reforzado del Palacio de la Opera de La Coruña.

Puntúo la representación no con un diez, sino con un tres sobre tres. Y lo hago así porque el mundo de La flauta mágica es ternario y no decimal. La inspiración masónicade sus autores hace que el eco del número tres resuene por todas partes: hay tres notas en el tema principal, Tres Damas, Tres Genios, tres pruebas… Curiosamente, ese eco traspasaba el sábado la barrera imaginaria del escenario: tres eran las parejas que integraban nuestro grupo; y tres los sietes en la fecha del evento (siete de julio de dos mil siete). Dejemos que el número mágico se siga escuchando en este post, y rescatemos tres momentos de la representación:

Momento belleza: Sinestesia pura. La ópera es, sobre todo, música, que está pensada para estimular los oídos; sin embargo, el aria decimotercera comienza con un regalo para la vista. Primero, el escenario está oscuro. Luego, poco a poco, se va descorriendo un panel que nos permite ver a Pamina durmiendo a la luz de la luna. La concepción del cuadro es absolutamente pictórica: El lecho en el que yace la princesa está cubierto por un paño rosa; ella va de blanco; y de fondo hay un telón azul que pende de lo más alto. Los tonos de los colores son suaves, apastelados. Es como si un lienzo de Gustave Moreau hubiera cobrado vida. No es el único destello de brillantez visual de este montaje, en el que la escenografía destaca por su eficacia y su inteligencia; pero la plasticidad de aquella imagen consigue hipnotizarme. Cuando Monostatos entra en escena, yo soy sólo ojos. Hará falta algo más poderoso que sus lamentos para despertar de nuevo a mi ser auditivo.


Momento fuerza:
La resurrección del oido y su ascensión hacia el cielo. El telón azul se desploma y Pamina despierta. La presencia arrolladora de la Reina de la Noche irrumpe de entre las tinieblas. Es justo el impacto que necesito para que mis tímpanos vuelvan a estar en guardia. Reconozco la partitura y me acomodo en el asiento. Ha llegado la hora del conocidísimo aria Der Hölle Rache (La venganza del infierno…). Mi corazón se acelera emocionado, de la misma forma en que lo hizo en su día en el umbral de la Capilla Sixtina. La Reina de la Noche está siendo interpretada por Erika Miklosa, una de las mejores sopranos coloratura de los últimos años. No existe un instrumento musical que puede igualar la calidad de una voz como la suya. Sus agudos son como dagas hechas de hielo austral. Poco a poco entro en un estado propio de los meditadores o de los místicos. Mi yo se eleva tanto que me abandona. La música me inunda. Sólo la música.

Momento sabiduría:
La representación termina con un coro fastuoso, en el que las voces cantan el triunfo de luz sobre las tinieblas, de la sabiduría sobre la superstición. Se me ponen los pelos de punta cuando pienso en la actualidad del debate, y más aun cuando me doy cuenta de que las formas más supercheras y tenebrosas del pensamiento humano (evangelismo recalcitrante, wahabismo, judaísmo ultraortodoxo…) están instalándose en las más importantes esferas de decisión a nivel mundial. Sin embargo, quiero quedarme con el mensaje positivo que nos trasmite La flauta mágica. Mientras me rompo las manos aplaudiendo pienso que una representación como ésta a la que he asistido es una buena prueba de que todavía hay espacio en el mundo para el optimismo y la esperanza. Miro al escenario y hago un rápido recuento: hay personas de muchas nacionalidades distintas: húngaros, rumanos, alemanes, italianos, españoles, polacos… Personas que se olvidan de banderas y creencias y que colaboran para conseguir un objetivo común: emocionarnos. Soldados del arte que consagran su existencia no a la destrucción de la vida, si no a la construcción de la belleza. Piezas de la maquinaria perfecta que es esta Flauta mágica. El mejor ejemplo de lo que pueden lograr el hombre cuando toma el camino recto y se empeña en alcanzar la excelencia.

Creo que, al igual que Papageno (bravíssimo Alex Esposito), ya he hablado demasiado. Así pues, echo ahora el candado a mi boca, y dejo que suenen los acordes de la flauta.



4 comentarios:

EL MANCO dijo...

Contado así, uno piensa que quizá hubiera estado bien haber ido. Bueno, en relidad uno también piensa que le falta vocabulario.

Este tipo de obra musical no me gusta especialmente, pero por lo que dices incluso visualmente fue espectacular.

En ese sentido, la única ópera que he visto, Tosca, me decepcionó bastante. Supongo que dependiendo del argumento, unas se prestarán más a la vistosidad que otras.

Xena dijo...

Es curioso, pero ésta (la del primer vídeo) es la canción que yo canto con cierta periodicidad en la ducha y no sabía cuál era su procedencia. Me pasa con muchas obras de la música clásica.

Que conste que a mi sólo me gusta la parte del ahahahahahahahahahah
ahahahahahahahaha. Nací para las canciones que no duran más de tres minutos. De ahí que nunca jamás sería capaz de chuparme una ópera televisada o en DVD.

Javier dijo...

La del primer video es Erika Miklosa, la soprano a la que escuchamos el otro día en LA Coruña. ¿A qué es mona?

Anónimo dijo...

No me canso de escucharlo...
Gracias por compartirlo...

Fdo. Alitoya